viernes, 24 de junio de 2011

Reflexión de José Saramago

Palabras de verdad desde un punto de vista claro


La Democracia y sus falsos amigos: Nuevas perspectivas para nuevos avances


Por: Prensa CIM
Fecha de publicación: 15/09/10

Juan Carlos Monedero en La ONU


15 de septiembre de 2010.- A propósito del Día internacional de la Democracia, Juan Carlos Monedero dió el siguiente discurso sobre la Democracia y sus falsos amigos: Nuevas perspectivas para nuevos avances que ofrecemos a continuación:





“Los cuatro puntos cardinales –dijo el poeta chileno Huidobro- son tres: el Sur y el Norte”. Bien podría hacer dicho que en el fondo es tan sólo uno, el Norte, pero también sabemos, con Hegel y con el sentido común, que sin esclavo no hay amo. El Sur es una metáfora de la ausencia, de lo que no cuenta. La teoría crítica es aquella que entiende que lo que existe no agota las posibilidades de la existencia. Walter Benjamin habló de cepillar la historia a contrapelo para contar la suerte de los perdedores, Paulo Freire nos trajo la pedagogía del oprimido y Francisco de Goya en su cuadro sobre los fusilamientos del tres de mayo de 1808, pintó a la derecha el ejército inclemente, geométricamente ordenado como el canon de la razón manda, bien armado y dispuesto, digno de la Francia ilustrada de Napoleón. Pero no olvidó a la izquierda plasmar a sus víctimas, alumbradas por un farol que negaba el brillo a las luces de la Ilustración y se lo entregaba precisamente a los que la historia, también la historia de la democracia, suele dejar fuera de foco.



Para los científicos sociales empezar citando a un poeta no sería bien considerado. Casi una cuestión de mal gusto. A la ciencia política no le gustan las metáforas. Sabemos que difícilmente Maquiavelo o Rousseau podría publicar en la American Political Sciencie Review. La ciencia social ha aprendido a rechazar todo aquello que no sabe medir, igual que aprendió a asumir como un dato de la realidad aquello que no sabe cambiar. Muestra una enervante incapacidad para construir nuevos indicadores que den cuenta de las nuevas realidades, y mucho menos se atreve, en nombre de la ciencia, a intentar, en expresión de Boaventura de Sousa Santos, una sociología de las ausencias o una ciencia política de las emergencias. Y lo que no mide, concluye, no existe. Y aquello que existe lo mide con indicadores que ahorman las realidades sociales, como una zapatilla de Cenicienta en manos de príncipes caprichosos. Y disculpen otra vez una metáfora.



En nombre de la ciencia, se rellenan pizarras con fórmulas matemáticas para terminar diciendo que, en base a sus cálculos, es radicalmente imposible que ocurra lo que está ocurriendo, como se queja Andrés Rábago. Lejos de abrir nuevos rumbos o teorizar ángulos ciegos, la ciencia política hace poco más que reforzar el statu quo.sob En un reciente informe del PNUD se escucha una queja acerca de lo que llama “facilismo económico” de gobiernos que gastan al parecer con alegría en el bienestar de sus pueblos. ¿A alguien se le ocurriría hablar de “facilismo económico” o de “expectativas irrealizables” para referir los cientos de millones de dólares y euros gastados para rescatar a una banca irresponsable?



Estamos ante una crisis... de sentido




Llevamos muchos decenios con debates sobre la democracia prácticamente idénticos. Los problemas han sido identificados, mensurados y clasificados en listas que amarillean, algunas causas son reiteradamente expuestas, los catálogos de soluciones se clonan y un cierto optimismo atraviesa a la academia oficial. Sin embargo, las señales de mejoría no pueden ser más inequívocamente señales de empeoramiento. Estamos ante una crisis que afecta a todos los ámbitos de la vida: crisis económica, ecológica, alimentaria, inmobiliaria, financiera, energética, bélica, y también, aunque cueste medirla, de sentido. El cumplimiento de los objetivos del Milenio se aleja y los sistemas financieros rescatados hace unos meses han terminado, agradecidos, arrodillando a los países que los sacaron del agujero. Disculpen la ironía. Estos, a su vez, han golpeado las bases del Estado social y, de camino, la ayuda al desarrollo. Y ya es un lugar común decir que somos como los pasajeros que seguían bailando mientras el Titanic se hundía. Si el ser humano es racional ¿cómo es posible ¿explicar esta inconsistencia? ¿por qué si supuestamente sabemos lo que nos pasa, no terminamos de salir de esto que nos pasa? Quizá, y ésta es una de mis hipótesis, lo que nos pasa, podemos decir con Ortega, es que no sabemos qué nos pasa.



Parece evidente que el moderno científico social, al igual que le ocurre a su época, tiene dificultades para pensar adecuadamente. Esto es, piensa mal. Y en esa senda, también piensa mal la democracia. Al mismo tiempo, hay personas y grupos interesados en que esto sea así.



Los avances en América Latina... son elementos de los ejes del mal que dicta el Norte




Resulta sorprendente que lo que el propio PNUD recoge como avances en América Latina en la última década –surgimiento de nuevos movimientos políticos, reconocimiento creciente de los derechos sociales, incluidas las minorías y las mujeres, mayor eficacia de los poderes ejecutivos, mantenimiento del equilibrio macroeconómico, la pérdida de la influencia del Consenso de Washington y el aumento de la autonomía- sean todos elementos puestos en marcha por gobiernos como el de Venezuela, Ecuador, Bolivia o Brasil que con frecuencia han caído en alguno de los muchos ejes del mal que dicta el Norte, sanciona la academia y publicita la CNN de turno.



Los científicos sociales pensamos mal porque con las herramientas conceptuales melladas con las que obramos no podemos salir del callejón sin salida en el que está metida la ciencia social desde, al menos, la crisis del modelo keynesiano a finales de los años sesenta.



Un intencionado esfuerzo para debilitar las opciones alternativas



La segunda parte del problema, insistimos, es la existencia de actores interesados en que, a lo sumo, algo cambie para que lo sustancial quede invariable. Que hay gente interesada en negar el pensamiento alternativo es tan evidente como el esfuerzo que se hace para hacer hegemónico un tipo de pensamiento y para presentar como anacrónico, inferior, débil o ideológico y malintencionado el alternativo. Se trata de un intencionado esfuerzo para debilitar las opciones alternativas. De no ser así, las democracias realmente existentes no insistirían en esas valoraciones negativas de una supuesta “izquierda carnívora” ni tolerarían con tanta facilidad esos saltos de gigante de la política a la empresa y de la empresa a la política que privatizan las magistraturas políticas hasta generar la sospecha, resucitada del joven Marx, de si no se han convertido en representantes de los intereses de las grandes corporaciones.



Resulta llamativo el creciente interés por asuntos mercantilizados (bien sean deportivos, musicales, televisivos o festivos), junto al evidente desinterés por los asuntos vinculados al quehacer político colectivo, pese a que el primero no ofrece sino identidades débiles y cierta interacción del grupo, mientras que las segundas están ligadas al tipo de vida al que se va a tener acceso uno mismo y el resto de la ciudadanía.



Estamos en un cambio de época



Hay cierto consenso en que estamos en un cambio de época que afecta al diagnóstico de la democracia y a su terapia. Un momento de activar los frenos de emergencia para no precipitarnos al vacío. Un mundo se marcha, aunque no termina de despedirse, y otro se aproxima, aunque no termina de llegar. El desarrollo tecnológico está obrando un cambio civilizatorio y ciertas inercias, a veces institucionales, no dejan que esas fuerzas desplieguen toda su capacidad emancipatoria. Como todo cambio político, por definición puede caer del lado de la regulación o del lado de la emancipación. Ese cambio civilizatorio puede mercantilizar aún más todos los ámbitos sociales o puede generar una corresponsabilización y una consciencia que permitan un nuevo salto en el proceso de democratlización. Le corresponde a organismos esenciales como Naciones Unidas acompañar a la prudencia de tiempos imprudentes, la audacia de tiempos de transformación.



¿Por qué se mueve en zigzag tambaleante la reflexión sobre la democracia? Debemos entender que las tres grandes autopistas que nos han traído hasta la actualidad –el Estado moderno, el sistema capitalista y el pensamiento moderno- están sometidas a grandes mutaciones que los cuestionan, al tiempo que no hay en el horizonte alternativas a la altura de su capacidad demostrada. Se sabe lo que no se quiere pero aún no es momento de saber con claridad qué y cómo se quiere.



Sin embargo, podemos afirmar que ninguna respuesta sería tan irresponsable como pretender regresar a un pasado idealizado y que ya no existe. El Estado moderno está desbordado por problemas para los que es muy pequeño o demasiado grande, y las respuestas que ofrece, basadas en la competitividad entre Estados y no en la complementariedad, ahonda en la crisis que lo pone en cuestión. El sistema capitalista vive ahora mismo una de sus recurrentes crisis, y si bien es difícil saber si se trata de una crisis “del” capitalismo o una crisis “en” el capitalismo, parece evidente que su abanico de respuestas cada vez es más reducido y sus soluciones más dramáticas. Por último, el pensamiento de la Modernidad está confrontado por el lastre de su linealidad (que deja fuera de vista lo que ignora su visión simplista del progreso), por su eurocentrismo y occidentalismo (que le hace olvidar, por ejemplo, que hubo antes democracias en América Latina que en Europa), por su productivismo (que hace de la tierra un recurso supuestamente inacabable y que ya ha logrado hacer de la mitad del planeta tierra un yermo irrecuperable) y por su machismo (que no permitió que la mirada femenina complementara en igualdad de condiciones a la mirada masculina, empeñada en tutelarla y condenarla a la “infantilidad” del que “no fona”, del que no tiene voz).



Sólo entendiendo los cuellos de botella a los que nos conducen estas tres cansadas autopistas, podemos replantearnos algunos supuestos que superen igualmente los callejones sin salida de una democracia basada en el Estado nacional, en el pensamiento moderno y en el capitalismo, especialmente en la fase de globalización actual en que los procesos de valorización del capital han puesto a su servicio, sin posibilidad de marcha atrás, el resto de los órdenes sociales.



Dar un salto a la altura del cambio civilizatorio
Esto no significa que el Estado, el capitalismo o la modernidad estén muertos. Ya sabemos en qué quedaron esos certificados prematuros de defunción en el pasado. Y tampoco significa que haya que derribarlos sin saber por qué van a ser sustituidos. Significa que, y este es un plano normativo que está en la política al menos desde Aristóteles, hay que utilizar sus potencialidades para dar un salto a la altura del cambio civilizatorio que nos sitúe en otro momento de la humanidad. Si hablamos de “déficit democrático” hay ahí una valoración normativa. Atrevámonos a ir hasta el fondo.



Igualmente, la crisis de estas tres grandes autopistas sitúa en un nuevo lugar la discusión acerca de la democracia “realmente existente.” La desafección ciudadana; el cuestionamiento de la capacidad de la representación para autorizar a los gobiernos; la incapacidad del modelo para lograr autogobierno, igualdad y justicia, claves para su legitimidad; la irrupción de nuevas formas de articulación política que priman la identidad como forma de crear cemento social; el aumento de las “zonas marrones” donde operan sin reglas estatales mafias, corporaciones, narcotraficantes, terroristas, clubes u otros estados, o la misma pérdida de legitimidad de las instancias internacionales, son todos elementos que invitan a un esfuerzo de clarificación conceptual que vaya más allá de un ejercicio intelectual o una justificación de lo que ya existe.



Es tiempo también de gestos que señalen la posibilidad del cambio. En el día internacional de la democracia, cabe una pregunta. Los pueblos han demostrado una enorme paciencia siempre y también recientemente. Valga pensar en desastres como el Katrina en Nueva Orleans, el Tsunami de Indonesia, el terremoto de Haití o la riada de Pakistán; en derrames petroleros como el del Golfo de México o los constantes derrames, más silenciados, en Nigeria; los abusos contra los derechos humanos que estremecen en Palestina, en la franja de Gaza, en la Nicaragua en los ochenta, condenados en este caso por Naciones Unidas; las matanzas de etnias por etnias en países de África, el asesinato de demócratas, comunistas o rebeldes en Asia, en América, pongan en definitiva ustedes la atrocidad que quieran referir, nos hace pensar, decía, si no va siendo hora de algún gesto que dé esperanza a los sin esperanza, un Jefe de Gobierno que dimite por no poder cumplir su programa electoral, un Gobernador de un Banco Central que entrega el cargo porque le pesa más el bienestar de su pueblo que las presiones de los mercados o de las instancias financieras internacionales, un Presidente de Asamblea que deja la magistratura porque no puede hacer las leyes ni controlar al gobierno, un Secretario de Asamblea general de Naciones Unidas que abandona el cargo porque no acepta mandatos ni vetos de nadie que no sea el G-192. Podemos leerlos como gestos vacíos, como gestos demagógicos, o como señales de una nueva manera de entender la democracia que avance en la senda del autogobierno, la libertad y la justicia. Porque, recordemos, estamos hablando de democracia.



Los avances democráticos nunca han sido una concesión graciosa de ningún poder
La discusión sobre la democracia no va a avanzar en tanto en cuanto no se entienda que los avances democráticos nunca han sido una concesión graciosa de ningún poder. La Revolución Francesa sentó las bases para los derechos civiles, identificando como enemigo a la monarquía y a la aristocracia en donde primaba la herencia de familia por encima del mérito. Las revoluciones de 1830, de 1848, la Comuna de París de 1871, identificaron como enemigo al privilegio y la exclusión y sentaron las bases del sufragio universal y los derechos políticos. La revolución mexicana de 1910 o la rusa de 1917, sentaron las bases de los derechos sociales, señalando como enemigo a la explotación y al autoritarismo por el que se deslizó el pensamiento conservador en el periodo de entreguerras, el que llevó a la derecha, liberada de compromisos democráticos, al fascismo, el nazismo o al franquismo. Aunque de manera menos nítida, el mayo del 68 sentó las bases para los derechos de identidad y una nueva oleada de derechos individuales y colectivos que acompañó a los procesos de descolonización, a la incorporación de la mujer a mayores niveles de ciudadanía, a una mayor libertad sexual y a una crítica general al autoritarismo y la violencia que tuvo como enemigos a rescoldos de la guerra mundial escondidos en la guerra fría, a la deriva autoritaria soviética, a cúpulas eclesiásticas y a sectores militaristas.



Este análisis demostraría, frente a interpretaciones tan amables como insostenibles, que la democracia nace, crece y se consolida contra sus enemigos. La discusión sobre el futuro de la democracia tiene aquí uno de sus principales palancas o frenos. En la corriente principal de la ciencia política, estos principios se asumen solamente en el discurso, pero no en la práctica. La retórica liberal mantenía la prohibición del mandato imperativo como un elemento funcional a la construcción de mercados nacionales. Pese a la evolución del sufragio censitario al sufragio universal, se mantiene en los parlamentos actuales, aunque la práctica de los partidos políticos la niega sistemáticamente. De la misma manera, hay un discurso sobre la soberanía popular, la justicia, la libertad que, al tiempo que se expresa, es hurtado precisamente por los enemigos de la democracia. Había un solo Muro en Berlín, pero parecían mil. Hay muros entre Palestina e Israel, entre México y los Estados Unidos, entre Marruecos y España, pero parece que no existen porque los que los levantan tienen el don de etiquetar y hacer que la carga de la prueba recaiga sobre las víctimas. La lucha democrática, cuando renuncia a los hechos, complica su trabajo pues tiene lugar contra el fantasma de un discurso dicho por antidemócratas en nombre de la democracia.



Ignorando este aspecto, los teóricos se refieren al discurso, los medios se refieren al discurso, las asambleas se refieren al discurso, Naciones Unidas se refiere al discurso, pero los pueblos viven en las prácticas. Eso explica ese alejamiento de una democracia que se dice pero que no se hace.



En una encuesta a estudiantes sobre el último libro de ciencia política que habían leído, una alumna contestó: El principito de Maquiavelo. Sabemos emocionarnos con Saint Exupéry. Sabemos mirar con recelo las recetas del florentino al príncipe para ganar o retener el poder. Pero cuando una cosa enmascara a la otra, sonreímos si es inocuo o debemos alertarnos cuando supone una amenaza. Repito: aquellos aspectos que señala el PNUD como logros de logros en América Latina en la última década, fueron denostados como populistas, demagógicos o, con esas categorías que funcionan como balas, como propios de Estados canallas.



La democracia no es consenso sino... un producto del conflicto
Quizá la idea central que traigo a este foro tiene que ver con el convencimiento de que la democracia no es consenso sino, muy al contrario, un producto del conflicto. Si bien es sensato construir “consensos de gobierno”, esto sólo es posible asumiendo su correlato de conflicto social con los que, históricamente –y noten que es un problema empírico, no teórico- han frenado el desarrollo de la inclusión democrática.



Vimos que derechos civiles, políticos, sociales e identitarios son producto de protestas y, más aún, de revoluciones que sólo la distancia dulcifica. Lo más vinculado a la idea de justicia de los ordenamientos constitucionales y de la propia Carta de Naciones Unidas tiene que ver con el antifascismo y la derrota de las potencias del eje. De la misma manera, la discusión sobre el futuro de nuestra democracia, dará vueltas y vueltas sin moverse del sitio mientras no entienda que hay un enemigo incompatible con la democracia. Me refiero al paradigma neoliberal, que, recordemos, no nació como el liberalismo para enfrentar el feudalismo, sino que su objetivo, como señalaron Friedrich Hayek o Milton Friedman, era el Estado social. La propuesta neliberal de privatización, desregulación laboral y liberalización, subvirtió derechos y garantías adquiridas en todos los órdenes y se erigió como el enemigo por excelencia de la democracia, ahora victorioso, que recuperaba todos los viejos enemigos antaño derrotados: el aristocratismo en esa suerte de cámara alta que son los mercados y las finanzas, el privilegio de decidir o incidir en las decisiones que reconstruyen privilegios fiscales, legales o laborales; el autoritarismo vinculado al complejo militar industrial y armamentístico; o la explotación directa o indirecta ligada al aumento de desempleo, del empleo precario y de las jornadas laborales junto a descensos salariales.



La reconstrucción de la democracia necesita clarificar su enemigo, que hoy no es otro, repito, que el neoliberalismo. No puede Naciones Unidas afirmar la bondad de los avances democráticos medidos en elecciones, aumento de la seguridad o de la libre expresión si no asume que esos tres ámbitos se ven privatizados por los intereses defendidos en un Consenso de Washington al que se declara muerto pero que goza de una extrema buena salud, quizá no como Consenso, pero sí como Washington.



Buena parte de los discursos clásicos sobre la democracia son discursos fúnebres en honor de los caídos en defensa de la soberanía (el autogobierno), la libertad y la justicia. Al Discurso de Pericles, de Lincoln en Gettysburg, del sucesor de Toussaint de Lovertoure proclamando la independencia de Haití, de los Libertadores americanos, de Simón Bolívar, hay que sumar hoy los discursos de los Presidentes de la América Latina en pie en el Mar del Plata, en esta sede o en las proclamaciones de sus nuevas constituciones. En sus denuncias de la incompatibilidad entre la democracia y los dictados del FMI o el Banco Mundial se está dejando claro que el discurso del fin de la política es una excusa del dinero para definir en solitario la política. En el “buen vivir” ecuatoriana, en la defensa de la Pachamana boliviana, en el “inventamos o erramos” venezolano que genera las misiones y las comunas, hay más inventiva democrática que en los envejecidos discursos de la academia y en los agotados recitales de las instancias internacionales al servicio de la plutocracia que, una vez más, ya denunciara Aristóteles. Si repetimos que la solución es la participación ¿dónde está en nuestras propuestas los presupuestos participativos, el empoderamiento popular, los movimientos sociales con capacidad ejecutiva, los revocatorios de los mandatos públicos, la postulación de políticas públicas participadas popularmente, la defensa de una democracia deliberativa sobre la base de medios de comunicación alternativos, la apuesta por formas de democracia social?



LA DISCUSIÓN SOBRE LAS PALABRAS



Cuando le preguntaron a Miguel de Unamuno si creía en la existencia de Dios, contestó: “dígame qué entiende por creer, por existir y por Dios y le contesto”.



Habría un consenso mínimo en que la democracia es una forma de organización que tiene como principios el autogobierno, la justicia y la libertad. Estos tres principios tienen como resultado la inclusión en los beneficios de la vida en sociedad, así como las responsabilidades recíprocas que esa vida reclama. De ahí la fuerza que aún guarda el Discurso de Lincoln en Gettysburg al afirmar que la democracia “es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Legitimidad de origen, legitimidad de ejercicio y legitimidad de resultados. La soberanía emana del pueblo, no de ningún dios, de ningún rey ni de ningún sabio, grupo de sabios o estrategas (y aquí están incluidos los politólogos). Es el pueblo el que se gobierna a sí mismo de manera directa o, en forma consentida, a través de representantes con capacidad para mantener una relación de identidad o de satisfacción de intereses. Y la democracia deja de serlo si el resultado de esa fórmula de autogobierno y de garantía de libertad no reparte de manera inclusiva las ventajas de la vida social.



Sin embargo, la evolución de lo que pueda ser una democracia se ha ido vaciando de contenido, de manera que nunca ha habido más países formalmente democráticos y, al tiempo, nunca la democracia ha estado tan vacía de contenido real. Tanto en los resultados como en el ejercicio pues cada vez hay menos aspecto de la vida social sobre los que la ciudadanía es consultada. Si una de las preguntas esenciales de la ciencia política actual es ¿sobre qué aspectos soy consultado?, podemos afirmar que la lista se ha reducido considerablemente, al caer buena parte de las definiciones de la política económica en una suerte de factum divino definido desde una morada extraña donde habitan los mercados y los dioses.



Este vaciamiento de los nombres se construye en una esfera pública donde los medios de comunicación tienen una creciente influencia.



No se trata de un resultado azaroso. Los medios de comunicación, en realidad empresas de medios de comunicación, han operado perversamente en esta dirección. Desde el nacimiento de la Trilateral en 1973, y más en concreto a partir de 1975, los responsables de esa suerte de gobierno mundial en la sombra, retomando una expresión usada por Joan Garcés, establecieron que el exceso de democracia, junto a la información libre y una participación por encima del nivel de institucionalización, eran responsables de lo que llamaron “crisis de la democracia”.



Los medios son el principal actor político en las sociedades contenidas
Desde ese momento, los medios son, quizá, el principal actor político en las sociedades contenidas, pues tiene capacidad de doblegar a los partidos, ensalzar o hundir candidatos, direccionar a la opinión pública, perfilar sus contornos a través de encuestas, preparar guerras, ocultar información, cambiar consejos de administración, adjudicar rating de audiencia, ubicar publicidad y ocultar otra, en definitiva, hurtar la creación de una esfera pública deliberativa que es condición sine qua non de un juego democrático basado en la alternancia de opciones que se conocen.



Por su parte, la academia hizo su parte, y, además de expulsar de los currículum cuestiones vinculadas a la teoría política, redujo la discusión acerca de la democracia a cuestiones electorales, toda vez que las llamadas “escalas” (esto es, el hecho de que las ciudades actuales con millones de personas excederían el tamaño de la polis griega) harían necesaria la representación. En cualquier caso, ese no era el problema de fondo, y sí más el hacer del modelo de democracia liberal representativa no ya el hegemónico, sino el único. Si el problema fuera de escalas, no se explicaría la oposición férrea que se despierta ante los casos de democracia participativa que se intentan en otros lugares, algo similar al uso de formas de trueque, monedas de intercambio nacional o internacional alternativas, medios de comunicación comunitarios o ligados a movimientos sociales, etc. Si fuera un problema técnico, bastaría dejarlos hundirse y no mostrar tanta disposición a determinar su hundimiento.



Recientemente, el premio Nobel Joseph Stiglitz señalaba la falta de consistencia empírica de los principales axiomas neoliberales: primero crecer y luego repartir, rebajar impuestos a los ricos como medida económicamente eficiente, vender el patrimonio público, abrir las fronteras, mantener enormes reservas de divisas, no incurrir en déficit público pese a elevadas cifras de desempleo, etc. Como quiera que la ciudadanía no lee libros académicos, corresponde a los medios la responsabilidad de haber construido eso que se llamó “pensamiento único”, esto es, un grupo de recetas fuera de las cuales sólo existía la tiniebla de quienes no entendían de economía. El llamado “Consenso de Washington” expresó su canon. Los medios lo convirtieron en “único”.



Igualmente, vemos ahora mismo imágenes estremecedoras de mujeres que sufren castigos antiguos, pero esas imágenes no son gratuitas pues coinciden en el tiempo con tambores de guerra sonando en Oriente próximo. Millones de mujeres son lapidadas en el mundo por el hambre, la esclavitud sexual, la enfermedad o abortos ilegales, pudiendo establecerse vinculaciones férreas entre el comportamiento de los que reclaman guerra para defender a las mujeres y el sufrimiento de millones de mujeres y niños en el mundo. Y otro tanto podemos afirmar respecto a las armas de destrucción masiva que generaron el genocidio de Irak. No es posible pensar la democracia con semejante ruido de fondo.



En el caso señalado, como en lo que ocurre en la actualidad en países azotados por el narcotráfico, la conmoción anula la reflexión, la conciencia no crece, el miedo deja paso a respuestas securitarias y el entendimiento se retira. Y otro tanto es válido cuando vemos magnificado el caso triste de un preso en huelga de hambre, al tiempo que observamos cómo se silencian las huelgas de hambre de indios mapuches, de mineros o de sindicalistas, decenas de personas en huelga de hambre, que son hurtadas a la opinión pública, sin olvidar los millones de personas en hambre forzada que no provocan tantas riadas de tinta.



Los pueblos del Sur sometidos al modelo de valorización del Norte



La academia tiene que revisar sus conceptos, y entender que el discurso sobre la modernización desarraigó a los pueblos del Sur y los sometió al modelo de valorización del Norte; que el discurso sobre las transiciones a la democracia se hizo sobre la ausencia de participación popular y la renuncia a las reparaciones (valga el ejemplo de la democracia española, presentada como ejemplar, y a la que no le importó llamarse así pese a asentarse sobre 150.000 cadáveres asesinados por la dictadura de Franco y que aún hoy, siguen en cunetas, campos y caminos; junto a cosas parecidas podíamos decir de Indonesia, Brasil, Chile, Guatemala, El Salvador, Colombia, etc.); debe la ciencia política entender que la gobernabilidad puso la sospecha en la arena popular en un momento donde la crisis de legitimidad ponía la responsabilidad en el lado de los gobiernos, al igual que la gobernanza, más cerca de la plutocracia que de la democracia, niega el conflicto en un momento de la humanidad en donde nunca las desigualdades fueron tan grandes.



La teoría política democrática tiene grandes retos ante sí. Una democracia que corriera con los tiempos podría atreverse a presentar el consumo que excede el propio territorio como una invasión de otros países, reservándole el mismo trato que el de una guerra de conquista. Si un país con el 5% de la población mundial es responsable del 25% de la emisión de CO2, ese exceso está poniendo una suerte de bota militar ecológica sobre otros países. La teoría democrática puede pensar en nuevos indicadores que incorporen nuevas miradas para salir de su parálisis. Recuperaría así una presencia social que hoy no tiene y sería más fácil ver a politólogos acompañando a movimientos sociales que asesorando a estructuras de decisión incapaces de generar cambios. ¿Se atreve el pensamiento social a devolver a a sociedad el esfuerzo que ésta hace para que nos dediquemos a nuestra labor?



En nombre de la democracia se estaría excluyendo, como hizo la Grecia clásica con los esclavos
Una nueva definición de democracia que entienda que hay un nuevo demos, un nuevo pueblo, debido a las migraciones: que explique que todo el que vive en un lugar debe ser considerado de ese lugar. Porque, de lo contrario, en nombre de la democracia se estaría excluyendo, como hizo la Grecia clásica con los esclavos, a parte importante de los que sostienen laboralmente a los países. E igualmente reflexionar que hay un demos en el futuro, con derechos pero sin deberes, que son las nuevas generaciones, lo que obliga a incorporar al nuevo demos a la naturaleza y hace de la idea de decrecimiento, especialmente en el Norte, una idea sin la cual ya no es posible pensar la democracia.



En definitiva, hay elementos en la discusión sobre la democracia que estaban atascados en la teoría pero que han sido resueltos en la práctica. Si se quiere entender el posicionamiento de pueblos conscientes sobre la democracia, hay que incorporar como variables duras de su análisis elementos empíricos tales como el colonialismo, el imperialismo, la subordinación de las mujeres como ciudadanas de segunda clase, las empresas de medios de comunicación, la crisis ecológica y la sumisión de los aparatos judiciales a un modelo periclitado de democracia. Un ejemplo claro de esta contradicción la hemos visto en Honduras, donde un gobierno legítimo aún está esperando su regreso al poder. Esa estrategia parte de los enemigos de la democracia, forma parte de una estrategia de uso interesado de los aparatos judiciales o parlamentarios cuyo fin es lograr por medios diferentes a los electorales la derrota de gobiernos que están intentando modelos alternativos. Intentos similares en Venezuela y otros países de la zona estarían dentro de este apartado y obliga a la teoría política a ponerse al lado de los gobiernos constitucionales o de los subterfugios pseudolegales.



La democracia sólo puede entenderse como inclusión en los cuatro principales ámbitos de lo social: el económico, el político, el normativo-jurídico y el cultural. Y podemos hablar de autogobierno cuando las decisiones tomadas en nombre del pueblo reflejan las preferencias del pueblo tomadas de manera libre e informada. Un pueblo está empoderado cuando está incluido y esa inclusión genera derechos y responsabilidades.



Una vez más regresamos a la educación y a la información. El fin de la educación no es crear ni clientes ni productores, sino ciudadanos conscientes que generan problemas de gobernabilidad. Así avanza la democracia. Por eso es igualmente relevante la memoria de los pueblos. Los esfuerzos de los pueblos más exitosos se plasman en las instituciones que, por eso, tienen su objetivo en el bien común. Si esas presiones sociales exitosas se ignoran, se pierde la experiencia, se pueden perder fórmulas adecuadas para el interés general y se cae, en el mejor de los casos, en el ensayo y error. La ocultación de la memoria va contra la democracia, y su tergiversación en libros, periódicos, noticieros, películas o juegos informáticos es un atentado contra la democracia.



CONCLUSIONES



Ya lo planteó Polanyi: la economía de mercado genera una sociedad de mercado. La economía está empotrada en lo social, y su separación es un delito contra la democracia. Si el acceso a los bienes básicos, alimento, vivienda, sanidad, educación, cultura, trabajo, quedan fuera del ámbito político electoral, el resultado debe ser necesariamente la desconfianza ciudadana por la política. Como plantea Chomsky, cuando has decidido que la elección del rey se eche a cara o cruz, ya te da lo mismo que la moneda esté trucada.



Hay que entender que en las nuevas formas de democracia participativa hay cosas que, aunque no se puedan medir, existen. Al participar se sabe uno parte de la construcción de las bases comunes de una sociedad. En la participación se nutre la idea de reciprocidad y de corresponsabilidad. En la participación, que no puede reducirse, a riesgo de quedarse en nada, al acto mediado de votar, se está construyendo sentido. Un nuevo sentido que no puede medirse en criterios mercantiles. Por eso los pueblos sumidos en procesos participativos hacen de la alegría un elemento central: saben que están en un camino muy fecundo. Los esfuerzos no basados en la competencia sino en la complementariedad, rompen la falta de evidencia de la que se quejan los científicos sociales, politólogos, sociólogos, economistas: son posibles y útiles. Alguien tendrá que explicar, más allá de las insuficiencias, cómo un pequeño país como Cuba lidera el apoyo médico en el Pakistán o el Haití desolados por los terremotos, y aún tiene músculo para ayudar a Venezuela en su voluntad de llevar médicos a los cerros pobres donde una medicina mercantilizada no quiere subir porque no lo ve rentable.



La lucha por los ODM que no avance, necesariamente retrocede. Retrocede porque las opiniones públicas pierden interés ante la falta de avances y la dejación de las autoridades, porque el tiempo siempre desgasta, y más cuando no pasa nada, porque la ausencia de logros desmoraliza, porque la naturalización del fracaso invita a la resignación.



Nos encontraremos, como le decía a su amigo Francesco de Vettore, con Maquiavelo en un sitio diferente al cielo y allí seguiremos hablando con él. Pero en la reconstrucción de la democracia, es momento de escuchar al pequeño príncipe republicano de Saint Exupéry, cuando afirmaba: “Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar”. Es por eso que la discusión sobre la democracia, no está ahora tanto en cuestiones técnicas como en discusiones ideológicas.



Necesitamos saber que el dragón puede ser derrotado. De lo contrario, a lo más que anhelaremos es a que sus llamas no nos quemen. Para que no huela azufre, hay que limpiar, y para limpiar, hay que abrir las ventanas.

POLÍTICA

FUENTES, Carlos. En esto Creo. (pág. 95 -100)

POLÍTICA

La política fue como mi segundo líquido amniótico: crecí nadando en ella, pues entre 1930 y 1960 —mis primeros treinta años— lo mejor y lo peor de la polis desfilaron ante mi mirada. Lo mejor fue tener desde muy pronto un concepto constructivo y aristotélico del quehacer político: la política como costumbre virtuosa, receptiva de los datos de la cultura, la tradición, el respeto del individuo y el vigor de la colectividad. Claro, no lo pensaba así de niño y adolescente. Lo sentía así porque tuve la fortuna de crecer en dos sociedades políticas paralelas: los Estados Unidos del presidente Franklin D. Roosevelt y el México del presidente Lázaro Cárdenas, el New Deal y el punto culminante de la Revolución Mexicana. Roosevelt sacó a su patria de la peor depresión de su historia mediante actos de confianza en el capital humano de los Estados Unidos. Inspiró la fe y hasta el entusiasmo ciudadanos. Pero le dio al Estado un papel activo para atender el desempleo, la reconstrucción financiera, la creación de infraestructuras modernas, la educación y la cultura. Salvó al capitalismo norteamericano y el capitalismo norteamericano ni se dio cuenta ni se lo agradeció. Roosevelt el aristócrata de Hyde Park era un renegado, un baldado y quizás hasta un judío. En México, Cárdenas le dio su impulso definitivo a la revolución. La reforma agraria liberó a cientos de miles de campesinos secularmente atados a la tierra y si los efectos del agrarismo fueron y son debatibles, lo cierto es que el campesino liberado pudo marcharse a la ciudad y convertirse en mano de obra barata para el proceso —a la postre también debatible— de la industrialización. La nacionalización del petróleo le dio a la naciente industria mexicana combustible barato. Cárdenas sentó las bases del desarrollo capitalista en México. La burguesía mexicana ni se lo reconoció ni se lo agradeció. Y es que con Cárdenas, el crecimiento fue acompañado de la justicia distributiva. Nunca en la historia de México ha sido más equitativa la repartición de la riqueza que durante el cardenismo. Los sindicatos obreros y agrarios cumplieron entonces su función de defensa del trabajo. Traían en su seno, empero, la serpiente del corporativismo excluyente y antidemocrático.
Las políticas de Roosevelt prepararon a los Estados Unidos para participar en la Segunda Guerra Mundial. Las de Cárdenas, para demostrar que ese combate era también una lucha ética. Su política exterior de principios fue asimismo una política práctica de generosidad. Cárdenas le abrió las puertas de México a la España peregrina, la emigración republicana que fortaleció e ilustró superiormente la vida cultural de México.
Pero si éstas eran las luces de la política, las sombras amenazaban, en esos años, con extinguirlas. La guerra de España fue el primer signo de una política diseñada sin tapujos para el Mal. Franco la disfrazó de cruzada nacionalista, sus obispos la bendijeron y sus aliados nazis y fascistas la armaron. España fue el aviso de lo que venía. Jamás en la historia el Mal se había proclamado a sí mismo Mal, abiertamente, sin justificaciones estéticas de ninguna especie. El genocidio, la tiranía total, el racismo, el exterminio, el Holocausto, la Solución Final. Todo estaba predicho. Adolf Hitler decidió que el Diablo, finalmente, debía encarnar. Si Dios lo hizo con su hijo Jesús, Satanás lo hizo con su clon Adolf. Jaspers nos advirtió a tiempo que la fuerza de Hitler residía en su inexistencia: Hitler era el jefe vacío de las muchedumbres desarraigadas.
La derrota de los socialistas y los comunistas alemanes en 1932 se explica porque la izquierda miraba al mundo en los túneles de las infraestructuras económicas, tal y como lo dictaba la Biblia marxista. Hitler secuestró las superestructuras culturales, miró a lo alto del Valhala, apeló a los mitos wagnerianos, a los sueños y espejismos del volk alemán. Al daño y la humillación de la paz de Versalles también, al sentimiento de superioridad intelectual y étnica, a la necesidad física del espacio vital, el lebensraum. Su Mal y los recursos de su Mal siempre fueron transparentes. Quizás sea más grave el engaño del estalinismo. Aquí se trataba de llevar a la práctica una filosofía humanista, liberadora. La perversión del sueño socialista por Stalin —las purgas, el Gulag, la abolición de las libertades más elementales, la paranoia del líder y la sevicia de sus suplicios— fue peor que la actualización de la pesadilla hitleriana. Hitler nunca engañó. Stalin se puso la máscara del humanismo marxista y burló a cientos de miles de comunistas honrados, de buena fe, también, ilusos. Si Gide perdió la fe en 1936, Aragón la mantuvo hasta la invasión de Checoslovaquia y Neruda hasta el informe de Jruschov al Vigésimo Congreso del PCUS.
La Segunda Guerra Mundial se justificó. Ha sido llamada la única guerra buena y necesaria. Nuestra solidaridad juvenil se asoció con entusiasmo al combate contra el fascismo. Pasé los años de la guerra en Chile y Argentina. Chile, el primer país latinoamericano que creó, evolutivamente, un sistema democrático —de la democracia para la aristocracia a la democracia para los partidos, la prensa y las organizaciones sociales—, era gobernado en 1941 por el Frente Popular y su presidente, Pedro Aguirre Cerda. Se respiraba un aire de reforma social, avalado por una creación literaria que soldaba palabra y libertad, poesía y política. Mi formación chilena tenía que contrastar brutalmente, en mi ánimo, con la Argentina que viví en 1944. Un régimen militar fascista, precursor sombrío de la dictadura populista de Perón, deformaba la educación (el antisemita Hugo Wast era el ministro del ramo) y mantenía a Argentina como un reducto político del fascismo —reducto y más tarde refugio de los nazis en fuga.
La política podía ser el águila que vuela más alto y ve el panorama más ancho desde «el alto arrecife de la aurora humana» que dice Neruda en su Canto General o podía ser la bestia que se arrastra hacia Belén, el monstruo del Apocalipsis de Yeats. La guerra fría trató de enjaular al águila y encantar a la serpiente sustituyéndolas por un híbrido de camello y cuervo, soñoliento animal del desierto, resistente a la sed, y ávida ave, dispuesta a sacarnos los ojos. Los Estados Unidos, con McCarthy, sucumbieron a una paranoia anticomunista que condujo a los inquisidores a emular lo mismo que combatían: la intolerancia y crueldad del estalinismo. La resistencia de las instituciones democráticas norteamericanas privó e incluso, como una prolongación de la lucha social, originó el movimiento de los derechos civiles y las leyes contra la discriminación racial. Hubo un McCarthy. Hubo un Martín Luther King. Pero si dentro de su patria, los norteamericanos pueden ser a menudo el benévolo Dr. Jekyll, fuera de ella se convierten, con facilidad, en el monstruoso Mr. Hyde. La política de Buena Vecindad y coexistencia con la izquierda de México y Chile, el corporativismo de Brasil, o las dictaduras del Caribe y Centroamérica («Somoza es un hijo de puta pero es nuestro hijo de puta»: FDR), se transformaron, a partir de Eisenhower y Dulles, en una campaña anticomunista que confundió con las políticas del Kremlin, y las combatió, las políticas reformistas de Arbenz en Guatemala y Goulart en Brasil, la revolución seducible y comprensible de Castro en Cuba y la limpia democracia electoral de Allende en Chile.
Todo ello retrasó fatalmente las necesarias reformas sociales, económicas y políticas de la América Latina, precipitó a Cuba en una imitación extralógica del «socialismo real» tan perniciosa como la imitación extralógica de los modelos del capitalismo autoritario en el resto de Latinoamérica, que se tradujeron en brutales dictaduras militares en Chile, Argentina y Uruguay. Por cuanto llevo dicho, política es un sinónimo de reconstrucción pero sobre todo de construcción, en Latinoamérica. Chile, Uruguay y hasta cierto punto Argentina pueden restaurar una democracia. Centroamérica y el Caribe la tienen que construir, México tiene que transformar la «dictadura perfecta» del poder único presidente-PRI en una democracia imperfecta de partidos, división de poderes, fiscalización del Ejecutivo, activación del capital humano y mejor distribución del ingreso.
¿Cómo responder a estos desafíos que son los de la democracia? El entorno mundial ha cambiado radicalmente. Salimos del zoológico, dijo el checo Milos Forman, y entramos a la selva. Sin contrincante comunista al frente, el capitalismo se globalizó. La globalización es el nombre de un sistema de poder. Pero a diferencia de los sistemas de poder anteriores, la globalidad carece de un marco legal bueno o malo, o, dicho de manera más suave, existe un gran déficit político en la mundialización.
A partir de la guerra fría, que creaba una suerte de jurisdicción compartida entre los Estados Unidos y la Unión Soviética y se basaba en el equilibrio del terror nuclear, hemos atestiguado la debilidad y, a veces, la desaparición, de las instancias tradicionales de aglutinación social y solución de problemas.
Nación e Imperio, Estado y Comunidad Internacional, sector público, sector privado y sociedad civil. Todas estas apelaciones tradicionales están hoy, de una manera obvia, a veces paradójica, a veces disfrazada, en crisis o, por lo menos, en mutación.
¿Por qué sucede esto?
Porque no hemos sido capaces de crear una nueva legalidad para una nueva realidad.
El occidente moderno —es decir, a partir del Renacimiento— se estructuró en torno a ideas de escasa relevancia en la Edad Media: La Nación, el Estado, el derecho internacional, la economía mercantil-capitalista y la sociedad civil.
¿Qué relevancia —es más, qué realidad— tienen estas instancias en el mundo actual de la globalidad y la posguerra fría? Como la América Latina está situada dentro de ambas premisas, se pueden aventurar algunas ideas compartidas.
Nación y nacionalismo, por ejemplo, son términos de la modernidad que aparecen para legitimar ideas de unidad territorial, política y cultural, necesarias para la integración de los nuevos estados surgidos de la ruptura de la comunidad medieval cristiana.
Pero, ¿qué es lo que provoca la aparición misma de la ideología nacionalista?
Emile Durkheim habla de la pérdida de viejos centros de identificación y de adhesión.
La Nación los suple.
Isaiah Berlín añade que todo nacionalismo es respuesta a una herida infligida a la sociedad.
La Nación la cicatriza.
Y nosotros, hoy, repetimos con ellos:
Si la ideología nacionalista y la nación misma están en crisis, ¿qué nueva ideología, qué nuevas formas sustentarán a la sociedad?, ¿cuál es hoy nuestra herida social, y qué suturas la podrán cerrar?, ¿cómo se llamará este proceso, aún anónimo, que nos permitirá crear una nueva legalidad para una nueva realidad?
¿Cómo serán suplidos los centros de identificación nacionales, y colectivos?
En respuesta, nos gustaría creer que a medida que se diluyen las instancias nacionalistas, se configuran las instancias internacionalistas.
No es así.
El caso de Kosovo demuestra los peligros y las dudas que embargan al nuevo orden internacional.
La intervención armada contra un Estado delincuente está prevista en la Carta de las Naciones Unidas. Lo que no está previsto es que una organización regional, la OTAN, se arrogue el derecho a la intervención pasando por encima del orden jurídico internacional, sembrando la confusión y la inseguridad y promoviendo un derecho de facto a la injerencia.
No habrá un nuevo orden internacional si se permite a los más fuertes intervenir según su capricho —sólo para encontrarse con dilemas que dañan al derecho, a la seguridad y a las propias potencias injerentes.
Esto no significa que no haya remedio.
Todo lo contrario. La crisis de los Balcanes nos aboca a todos a introducir reformas en un sistema internacional creado para y por medio centenar de naciones vencedoras al terminar la Segunda Guerra Mundial, a fin de darle, hoy, mayor representatividad y mayor agilidad a las instituciones internacionales.
Conversando un día en Roma con el entonces primer ministro italiano, Massimo D’Alema, convencido de que la OTAN debió actuar en Kosovo, confesó que él había procedido con la convicción de estar en lo justo, pero con angustia también y, sobre todo, consciente de que la tragedia pudo evitarse actuando desde hace una década para impedirla con medios diplomáticos y jurídicos. «No ha sido éste el caso», dijo D’Alema, pero a fin de que Kosovo no se repita, lo que corresponde es reformar el sistema internacional creando —cito al Premier italiano— «instrumentos de prevención de las crisis, basándose no sólo en medios militares, sino también en recursos políticos y económicos».
En otras palabras: nueva legalidad para una nueva realidad.
Nos encontramos ante una situación en que la jurisdicción internacional se diluye, pero también las soberanías nacionales, némesis anterior del derecho de gentes, palidecen y se debilitan ante un asalto imprevisto hace medio siglo.
Ese movimiento se llama la globalización y en ella ponen hoy sus esperanzas —pero también en ella ven reflejados sus temores— muchísimos hombres y mujeres en el umbral del siglo XXI.
La globalización somete y hasta descarta la ideología del nacionalismo en la que se fundó el mundo moderno, pero también propone interrogantes críticos, dentro de cada comunidad nacional, al sector público, al sector privado y al tercer sector; a la empresa, a la cultura, a la democracia y al Estado.
Las respuestas políticas a esta transición del Estado-Nación al Mundo Global tardan en llegar, como tardaron en perfilarse el propio Estado-Nación, y las instancias de soberanía, en el movimiento de la Edad Media al Renacimiento. Vale la pena recordar que el propio Medioevo no creó un sistema vertical e inapelable para la comunidad cristiana, sino que se gestó —y gestó a lo que habría de sucederle— mediante un conflicto entre el poder temporal y el poder religioso. Las pugnas entre Gregorio VII y Enrique IV, entre Gregorio IX y Federico Barbarroja y entre Bonifacio VIII y Felipe IV de Francia, crearon una tensión entre la Iglesia y el Estado ausente de la Rusia bizantina y su identificación entre el Zar y la Iglesia —el césaropapismo vigente hasta la simbiosis Estado-Partido bajo Lenin y Stalin. De la tensión medieval de Occidente nació la democracia, a medida que la esfera temporal se independizó de la esfera espiritual y ambas debieron aceptar y respetar la configuración de poderes locales, políticos (justicias, tribunales, municipios) y sociales (corporaciones) que crearon la posibilidad de un Estado nacional soberano y una nueva serie de debates en torno a esta novedad. La política, para Maquiavelo, es autónoma y amoral. Para Bodino política es inseparable de soberanía y ésta excluye toda participación pluralista. Hobbes invoca un absolutismo naturalista y sólo a partir de la Ilustración, y antes, del parlamentarismo inglés, las clases sociales, las corporaciones y al cabo los individuos, se convierten en actores de la vida política. ¿Asistimos hoy a un movimiento comparable de las marejadas políticas? ¿Lograremos establecer un orden internacional que se imponga a las jurisdicciones sin ley del mercado, del narcotráfico, de las migraciones? ¿Habrá instancias internacionales capaces de regular estos procesos —mercados sujetos a normas de beneficio social y desarrollo de los países más pobres; despenalización global del tráfico de drogas, privando a los cárteles de sus ganancias fabulosas e ilícitas; migraciones protegidas y reguladas por la ley de protección al trabajador y reconocimiento de su indispensable aportación a la sociedad que los recibe? Algunos signos apuntan en esta dirección.
La consagración universal de los derechos humanos, el carácter imprescriptible de los crímenes de lesa humanidad, el tribunal internacional de derechos humanos, privan de impunidad a los grandes violadores y crean una cultura de legalidad internacional que podría extenderse a las actividades de los mercados, sujetándolos a normas de beneficio social y de responsabilidad política. La creación del Tribunal Penal Internacional (el Estatuto de Roma) coronará este esfuerzo por dotar de legalidad a la política y castigar la violación de ambas.
Todo ello fortalecerá políticamente al Estado nacional, como lo están demostrando los hechos al iniciarse el siglo XXI. No hay economía fuerte sin Estado fuerte, no grande, sino regulador. Y no hay Estado fuerte sin sociedad fuerte que lo sujete a mandatos políticos, normas de transparencia y fiscalización y no sólo a celebrar elecciones periódicas sino, como dice Pierre Schori, llenar los vacíos entre elección y elección, revocar mandatos, realizar referendos, exigir la responsabilidad parlamentaria de los ministros, contar con un ministerio público independiente y sujetar a juicio los abusos del poder.
La política es algo más que un episodio electoral. Se necesita elevar la participación política, ampliar el acceso a las comunicaciones y asegurar que la gente conozca y reivindique sus derechos. La política tiene que ser un ejercicio diario de derechos y de vigilancias. Más que nunca —y aunque no esté de moda citar a Hegel— la política tiene una tesis: el derecho, una antítesis: la ética, y una síntesis: legalidad y moralidad. Y para compensar a Hegel, quizás nadie mejor que Burke nos recuerda que la política es una asociación, no sólo económica, sino «en todo arte, en toda virtud, en toda perfección».
La suma de mis esperanzas políticas no me ciega ante los peligros de la proliferación de jurisdicciones criminales fuera de todo control; de que una sola superpotencia ponga en jaque la voluntad mundial de crear instancias de justicia, desarrollo y protección del medio ambiente; que en nombre de un supuesto «choque de civilizaciones» se satanice a culturas enteras.
Gracias a Israel, gracias al Islam, Europa volvió a saber, el Occidente volvió a ver y nosotros, sus descendientes, no podemos suscribir la noción de un conflicto de civilizaciones que niega la mitad de nuestro ser. La historia sube y baja, la historia tiene ciclos y si la modernidad occidental no existiría sin los aportes islámicos, hoy el déficit técnico en el Islam sólo puede superarse mediante el pago generoso de una deuda universal hacia las comunidades con fe en Mahoma.
Islam e Israel nos han dado muchísimo a todos. ¿No podemos devolverles, en primer lugar, una voluntad de paz mediante negociaciones generosas? Y en segundo lugar, un reconocimiento del humanismo mayoritario e intrínseco de los pueblos árabes, rehusándonos a encarcelarlos tras los intolerables barrotes de una sinonimia con el terror y aun, ni más ni menos, con el mal.
De allí mis preocupaciones políticas para el nuevo siglo:
Me preocupa la salvaje explotación de los recursos limitados del planeta y nuestro asalto contra el aire, el agua y la tierra.
Me preocupa que seamos seis mil millones de hombres y mujeres en 2001: el salto demográfico más grande de la historia.
Me preocupa que el prejuicio y la explotación, disfrazados de orden social, le sigan negando a las mujeres —más de la mitad de la población del mundo— derechos elementales de trabajo, representación y libertad corporal.
Me preocupa que la libertad del mercado se imponga, negándola, a la libertad del trabajo.
Me preocupa que la economía global aliente el libre movimiento de las cosas y prohíba el libre movimiento de los trabajadores.
Me preocupa un orden capitalista autoritario en el que, sin enemigo comunista totalitario al frente, se le imponga al mundo un modelo único y dogmático de mercado.
Me preocupa el regreso de los peores signos del fascismo: la xenofobia, la discriminación racial, el fundamentalismo político y religioso, la persecución del trabajador migratorio.
Me preocupa que el imperio de la droga cree su propia jurisdicción impune, por encima de las jurisdicciones nacionales e internacionales.
Me preocupa el deterioro de la civilización urbana en todo el mundo, de Bostón a Birmingham a Bogotá a Brazzaville a Bangkok: gente sin hogar, mendicidad, abandono de la tercera edad, pandemias incontrolables, inseguridad, criminalidad, declive de los servicios de salud y educación...
Me preocupa la reanudación de absurdas carreras armamentistas entre vecinos pobres para beneficio de vecinos ricos.
Me preocupa que por primera vez en la historia el ser humano tenga la espantosa capacidad de suicidarse matando al mismo tiempo a la naturaleza que, antes de la era nuclear, sobrevivía siempre a nuestras trágicas locuras.
Me preocupa un mundo sin testigos.
Me preocupa todo lo que atente contra la continuidad de la vida.
Todo ello es parte de la política, de la vida en comunidad, de la ciudadanía en la polis.


lunes, 22 de junio de 2009

DERECHO A LA RESISTENCIA CONTRA LA PRENSA CORRUPTA

Hoy en día la lucha ya no es contra el totalitarismo de la política tradicional, hoy en día la lucha es contra una clase diferente de política que al igual que la tradicional busca defender sus intereses privados junto con los de los grupos económicos que representan, sin importarles en lo mas mínimo el resultado en la población ya que al ser estos "MEDIOS DE COMUNICACION" se sienten con la capacidad de hacer y des hacer respaldados en una libertad de expresión que para estos se a transformado en el pretexto para esgrimir una irreverencia total por la opinión popular y de una mayoría que hoy en día esta por un cambio, cambio que en contexto amenaza de manera total a las fuerzas que respaldan su actuar, es por eso que existen como pilares visibles mas claros de esta política comunicacional los cuales son Carlos Vera periodista de reconocida tendencia de derecha amigo directo de la oligarquía social cristiana de Guayaquil hoy en día disfrasada con un nuevo nombre Madera de guerrero, que en contexto hacen parecer que desean formular la instalación de la república independiente del guayas ya que con su accionar regionalista lo que buscan es fomentar el rencor de la gente por el gobierno central, lo cual no a sido logrado en ningún grado y todo lo contrario ya comienzan a sentirse las voces populares que le hacen ver la realidad del descontento de su actuar, esto con respecto a la región costa.
Mientras en la sierra hay otro referente mala copia del anterior pero en fin busca hacer daño de la misma manera ya que se encuentra defendiendo los intereses de su jefe que es el principal accionista del Banco de Pichincha y dueño de este medio de comunicacion estamos hablando de Jorge Ortiz de Teleamazonas este señor que en realidad no tiene los requisitos nesesarios para ser un periodista ya que su expresión oral deja mucho que desear y constante mente se le puede escuchar tartamudear, y no puede ocultar el evidente rencor que siente por el gobierno de turno y día a día lanza sus dardos contra el y se hace ver como la víctima de una persecución encarnizada, lo cual a criterio de la gente no es así este señor es el único remanente de este tipo de prensa, refiriéndonos a los picos visibles ya que existen algunos que tratan de imitarlos pero los de mayor trascendencia son estos dos o mejor dicho este ultimo ya que el primero ya fue digamos acallado por su propio canal que dándose cuenta de la prepotencia arrogancia y evidente falta de objetividad fue ya despedido de su canal y hoy en día se encuentra buscando una madriguera para seguir echando su veneno. cosa que a sido complicada ya que ningún canal esta de acuerdo con su manera de pensar.
en conclusión hay que luchar como gente como pueblo contra este tipo de hipocresia y falta de patriotismo.
Basta de Mentiras
Vivamos en Verdad

domingo, 14 de junio de 2009

CORREA VRS DRAGON BALL Y LOS SIMPSON

HOY DEN DIA SALTA A LA PALESTRA, que el govierno con el Conartel esta en una revision algunas de las series y programas de la llamada television abierta como son los tradicionales y vistos por todo el mundo son los Simpson, que hoy en dia se encuentran bajo la lupa de la intolerancia de un reginen que tiene mucho de bueno pero en su afan de control y abarcar los espacion que tenia la llamada partidocracia, espacios y series que por muchos años era y son del gusto no solo de esta gente sino de todos, por eso me pregunto quien podra mas la ambicion de callar una voz claramente en contra del govierno de turno y que la verdad en muchas ocaciones si quisiera que lo agan por la idioteses con la que esta se expresa ya que muchas de sus criticas y titulares siempre estan llenas de veneno y recientimiento desde que se metieron con el dueño de dicho medio y con su afan de respaldar por medio de la comunicacion su otro negocio como es el bancario, pero esa es la forma? me pregunto yo, creo que debian ser mas inteigentes y si querian hacer un cambio debian alistar una ley nueva que los ayude en lo relacionado a la linea editorial y no usar una que tiene 30 años de vigencia, esto en relacion con los Simpson o quiza no le gusto que lo mensionen en dicha serie como podemos ver jijijijijijiji.
Dragon ball
Otra de las series la creada por Akira Toriyama la de mayor exito a nivel mundial en el ojo del Conartel esta en cambio emitida por el canal del cerro, canal enun tiempo fue otro nicho de opocicion del regimen detras de la mitica figura del periodismo Charli Vera que al ser un periodista con temperamento similar al del el presi pero con un ego mayor y ese ego fue el motivo de su salida del canal al no querer entrevistar mas que a la gente que van segun su linea politica, pero bueno volviendo al punto, esta serie de caracter de combate esta en el ojo del huracan y veremos si el kame hame ha de Goku puede con el Conartel de Correa